lunes, 12 de octubre de 2020

El castillo ambulante, de Diana Wynne Jones

Reseña de El castillo ambulante, de Diana Wynne Jones, para el Insolente Bingo Violeta



Ficha técnica:


Portada de El Castillo Ambulante, de Diana Wynne Jones, en la edición de Nocturna Ediciones traducida por I.G. Salabert
Título: 
El castillo ambulante
Título Original: Howl's Moving Castle
Autora: Diana Wynne Jones
Año de publicación: 1986
Páginas: 429
Género: Fantasía, fantasía medieval
Sinopsis: En el país de Ingary, donde existen cosas como las botas de siete leguas o las capas de invisibilidad, que una bruja te maldiga no es algo inusual. Cuando la Bruja del Páramo convierte a Sophie Hatter en una anciana, la joven abandona la sombrerería familiar para pedir ayuda en el único lugar mágico que se le ocurre: el castillo ambulante que atemoriza a los habitantes de Market Chipping. Pues dentro no sólo se halla un demonio del fuego, sino también el perverso mago Howl, tan diestro en realizar hechizos como en robar los corazones de las damas.



Reseña:

Diana Wynne Jones era una escritora a tiempo completo con estudios en literatura que también realizó crítica literaria. Su primera novela publicada fue Changeover (1970, inédita en español), una novela adulta de crítica política contra el colonialismo británico. Su siguiente obra sería Wilkin's Tooth (1973, también sin edición en castellano), que la empujaría a convertirse en una conocida escritora de literatura infantil y juvenil de fantasía, por los que también ha recibido múltiples premios. Sería en 1986 que finalmente se publicaría El castillo ambulante (Howl's Moving Castle), el primer libro de la trilogía de Howl.

El castillo ambulante es una historia de fantasía que recoge tropos de los cuentos de hadas y los convierte en un mundo dominado por reglas como que la mayor de tres hermanas siempre debe ser la menos afortunada. En esta situación tenemos a Sophie Hatter, nuestra protagonista: convencida de no poder aspirar a nada, termina envuelta en situaciones para las que no se cree preparada. Es una historia sobre los tropos de estas historias, sobre lo que esperamos y sobre las presiones sociales, sobre entender que somos más que lo que se espera de nosotres y que el destino no nos impide avanzar.

Si bien es una historia que contiene una heterosexualidad bastante presente, también es una historia de cómo se puede reclamar el feminismo dentro de esas relaciones heterosexuales, una historia sobre lo innecesarios que son los roles de género para las mujeres y de cómo estos pueden terminar haciendo más mal que bien. A la vez, esta historia reclama la importancia y el valor de la sororidad, las tareas tradicionalmente femeninas (coser, limpiar y cocinar siendo sólo algunas de ellas) y de la voz de las mujeres.

La obra ha sido alabada altamente como una obra juvenil, y es vendida como tal, idealmente para un rango de edad a partir de 12 años, como la mayoría de sus otras obras. Sin embargo, y pese a que la propia Jones le dedique el libro a un niño de una escuela que visitó, carece de ninguna trama propia de literatura juvenil. Su protagonista tiene 18 años y algunos de los personajes secundarios son también adolescentes, pero la trama y la propia Sophie (bajo los efectos de su maldición) tratan temas propias de la literatura adulta, con el estilo narrativo combinando tropos de los cuentos de hadas con elementos de fantasía medieval. En resumen, es un libro exquisitamente narrado que puede ser leído por adolescentes pero que recomiendo especialmente para adultes con capacidades críticas.

Por supuesto, la obra es especialmente conocida por su adaptación al cine (2004), por Hayao Miyazaki y Studio Ghibli, que difiere en gran parte de su trama con la obra aquí reseñada. Para aquelles interesades en leer el libro debido a la peli, o al revés, una nota de aviso: preparáos para las diferencias en todos ámbitos, desde la trama a los personajes pasando por el aspecto de Ingary y del propio castillo.

¡Espero que os haya gustado esta reseña! No dudéis en darme vuestras opiniones acerca de este famoso libro, o comentarme en caso de añadirlo a vuestra pila de pendientes. ¡Nos leemos!

lunes, 5 de octubre de 2020

Admisiones (Relato para el #OrigiReto2020)



“No apto.” La evaluación es clara, y errónea. Para empezar, mi género no es masculino. Y para continuar, no debería haber suspendido. Por notas, objetivamente, debería haber sido apta. Reviso la aplicación, reviso mis notas, reviso la página oficial. Repaso mis cuentas y sí, debería salir positivo el resultado. Refresco los resultados. Negativos.

Respiro profundamente. Inspiro por la nariz, despacio. Una pausa. Espiro por la boca, concentrándome en la sensación al relajar el pecho. Tal como me enseñaron. Cinco cosas que puedo ver. El cursor blanco, temblando con mi mano. Parece estar saliendo el sol. Una araña moviéndose detrás de la lámpara. Eso son tres. El teclado mecánico. Mi taza, con el asa rota. Cuatro cosas que puedo tocar. La S está suave, gastada. El pelo me golpea suavemente contra el cuello. La eterna corriente de viento. Mi jersey favorito. Cierro los ojos: Tres cosas que puedo oír. El ventilador del ordenador, el zumbido del fluorescente, la puerta de la habitación batiendo. Dos cosas que puedo oler: El moho de las paredes y la ropa secándose en la estufa. Un sabor: café aguado amargo frío.

Ahora que he retomado el control, sólo queda una cosa que hacer. Primer paso: avisar a Zenah. 

—¿Qué tal ha ido tu experimento, Lys? —pregunta, tras el primer tono.
—Tal como creías.
—Siento haber tenido razón. Me habría gustado verte romper las expectativas. ¿Supongo que seguirás adelante con tu plan B?
—No es mi plan, mi plan no incluía nada de esto.

De hecho, mi plan consistía en creer en los resultados. Quería creer en el sistema. Tener una media perfecta, todo el voluntariado, todas las actividades extraescolares, y lograr lo imposible. Pero, en realidad, todos sabíamos que era imposible. Supongo que, tal como dicen, la esperanza es lo último que se pierde, porque una vida de oír los susurros en la tienda de la esquina, la que aún tiene vendedores humanos, no fue suficiente para hacerme creer que no podría huir de esto. Pero, antes de proceder con el plan, debo hablar con mi madre.

—Buenos días, mamá —saludo, entrando en la habitación principal y sentándome en el único sitio disponible, el sofá.
—Buenos días —responde, sujetándose el pelo en el recogido profesional delante del espejo de la entrada—. ¿Por qué estás despierta tan temprano?
—Han salido los resultados.
—Pobre, te han negado la plaza, ¿verdad? —Sus secas manos me acarician la mejilla medio segundo, quitándolas demasiado rápido, demasiado apresurada y volviendo a su pelo—. Ya sabes cómo es esto. No le digas a tu padre que aplicaste, sabes que no le gustaría. Ahora sé una buena chica y cuida de la casa —termina, ya en la puerta—. ¡Nos vemos mañana!

Tengo cinco horas hasta que mi padre vuelva del trabajo, así que este es mi momento para seguir con mi plan. Cojo mi tarjeta de estudiante, que caduca mañana; las llaves y mi única chaqueta. Ahora o nunca, Lys, ahora o nunca.

Entrar en el centro de estudios es fácil, aún tengo permisos. Lo que no es tan fácil es ver a la directora. Su asistente personal, PA-2309, no acepta ninguna de mis razones para entrar. Ni “queja formal”, ni “queja informal”, ni “dudas de futuro”, ni “asesoría profesional”. Por suerte, termina saliendo por su propia cuenta al cabo de treinta y ocho minutos. Me pasa por el lado, sin verme, taconeando por la recepción en dirección a la antesala.

—¡Directora Fairfax! Su asistente personal no me deja hablar con usted, pero tengo una pregunta muy rápida, ¿podría atenderme ahora? —pregunto, persiguiéndola a través de varias salas.
—Mi asistente personal existe para filtrar mis visitas, precisamente —responde, abriendo la puerta con un gesto de su pulsera domótica.
—Es sólo un momento, directora. Es sobre los resultados de admisiones.
—Ah, ¿era hoy? —pregunta, parándose finalmente—. Perdón, no debí actualizar los protocolos.
—¿Entonces va a concederme una visita?
—Por supuesto que no. Cada año tengo muchísimas quejas, muchísimos lloros. Usted no va a ser diferente, señorita. Pero debería haberle dado un protocolo de consuelo a PA.
—Yo no necesito ser consolada, Directora. Pero si abriera mi expediente podría ver que es perfecto. ¡Debería ser apta!
—Señorita… ¿Cómo se llama? —Su mirada destella un momento en azul y espero que vaya a investigar mi expediente y no a reportarme con su implante ocular.
—Smith.
—Bueno, señorita Smith, entienda que los resultados son inapelables. Usted es sólo una chica, es probable que haya cometido algún error de cálculo. Lo que demuestra que, en realidad, el resultado es más que correcto —termina, con una sonrisa perfecta.
—¡Pero, Directora Fairfax, por favor! ¡Escúcheme! Le prometo que cumplí con todas las directivas, realicé todos los programas de voluntariado, todas las actividades extraescolares requeridas…
—Las notas también son importantes, señorita Smith.
—¡Y tengo la mejor media de todo el centro! —añado, rápidamente.
—Eso no indica nada, señorita Smith. Nadie de este centro ha sido aceptado nunca. ¿Por qué cree que va a ser diferente?
—¡Tengo una media perfecta! —respondo, casi a voz de grito. Es difícil hablar con la opresión del pecho y el exceso de blancura del edificio.
—Señorita Smith por favor cálmese. El algoritmo nunca miente. Si el algoritmo ha indicado que usted no es apta, no lo es.
—Entonces, ¿está usted confirmándome que el algoritmo usa más datos en su selección que sólo aquellos que se mencionan en la página oficial?
—Señorita Smith, no se haga la lista conmigo. El algoritmo es ciencia. Y, como sabría si hubiese prestado atención en clase, la ciencia es perfecta. El algoritmo se implementó para evitar los errores humanos y para evitar la discriminación, y esos son su objetivo y su resultado. El algoritmo sabe lo que es mejor, señorita Smith. Ahora, salga de este centro de estudios al que ya no pertenece. —Y, con esas palabras, su perfecta manicura cierra la puerta en mis narices, dejándome clara mi posición. Tengo que volver a casa.

Llego tarde y mi padre está sentado en el sofá, comiendo su precalentado. Las noticias están sonando del antiguo televisor, cúbico, que ocupa toda la parte central del único armario. Noticias que están hablando, precisamente, de las admisiones. Sabiendo que pasar por delante de la tele no es una opción, decido comer más tarde e irme a mi habitación cuando oigo a mis espaldas que me llama:

—Lys, espero que estuvieras buscándote un trabajo. Ya te has graduado de la escuela, lo dicen en la televisión. Y tampoco habrás sacado la admisión que tanto querías. ¡Te creías que no sabía que ibas a intentarlo! Lo sabe todo el barrio. Y todos sabíamos que era perder el tiempo. Así que sé una buena chica, tráeme un vaso de agua y encuéntrate un trabajo —dice, todo de golpe, entre cucharada y cucharada de puré de patatas rehidratado.

Y, como buena hija, le lleno el único vaso de agua y se la dejo en el suelo, porque él está cansado de trabajar (como lo estará mamá cuando vuelva) y el metro de distancia entre el sofá de dos plazas y la cocina es demasiado. Respiro hondo, concentrándome en el frío y en las palabras de Zenah de hace meses: “hay muchos que se creen que no se puede hacer nada al respecto. No es su culpa, es como funciona esto. Se llama hegemonía”. Zenah, claro, tengo que llamarla.

Ya desde la seguridad de mi habitación, rápidamente vuelvo a llamarla, susurrando para que no me oigan desde la otra habitación.

—¡Lys! Me tenías preocupada. No desaparezcas así, que creía que no volvería a verte más —responde al teléfono con la voz ligeramente más aguda de lo que debería.
—Perdón, el viaje, la directora y mi padre me han mantenido ocupada.
—¿El resultado? —Un toque de esperanza. ¿Por mí, o por ella?
Niente.
—¿Y ahora?
—Acepto tu propuesta. Vamos a cambiar el sistema.
—Bienvenida a la resistencia, Lys. Pronto te daremos instrucciones.




FIN